¿"Reperfilando" la relación laboral?
¿"Reperfilando" la privacidad en una relación laboral?
En las oficinas de Geeksme todo queda registrado. A qué hora se sienta cada trabajador y cuándo se levanta. Qué mesas están siendo utilizadas. Cuál es el grado de ocupación de una sala. Qué puertas y ventanas están abiertas o cerradas. Si la luz está encendida o apagada. Cuál es la temperatura en cada lugar. Y también la calidad del aire, la humedad y la presión atmosférica. Decenas de sensores acoplados a sillas, mesas, puertas y ventanas recogen continuamente información sobre cómo los trabajadores interactúan con cada objeto.
Geeksme es una empresa española que se dedica al internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) y ha creado Universall, una plataforma pensada para poder sensorizar y monitorizar cualquier cosa. “Hay una gran oportunidad para fabricar dispositivos, sensores que acoplados a objetos cotidianos, que nos rodean, nos permiten obtener datos para entender cómo interaccionamos con ellos y tomar decisiones”, explica Ángel Sánchez Díaz, cofundador y director general de la compañía. Al igual que Geeksme, otras compañías y entidades apuestan por añadir sensores a objetos para convertirlos en inteligentes. En 2017 un equipo de investigadores fabricó un dispositivo capaz de monitorizar diferentes objetos de la cocina: desde un microondas hasta una tetera o un portarrollos de papel. Este año Eurecat ha presentado una etiqueta con sensores para verificar el contenido de una botella de vino sin necesidad de abrirla. Mientras tanto, compañías como Apple o Xiaomi comercializan kits de domótica para vigilar la casa y hacerla inteligente con sensores de movimiento y de apertura de puertas y ventanas.
La información recopilada por diferentes sensores, según señala Sánchez, puede ser útil tanto para empresas como para usuarios particulares: “En el caso de que poner sensores a una silla en la que estamos sentados, sirve para entender cuáles son nuestros patrones de comportamiento. Si me paso por ejemplo más de dos horas sentado y, por tanto, debería levantarme por una cuestión de salud. O si está puesto en una sala de oficinas, para que una empresa sepa el grado de ocupación de esos espacios y por tanto pueda optimizarlos”. Decenas de sensores acoplados a sillas, mesas, puertas y ventanas recogen continuamente información sobre cómo los trabajadores interactúan con cada objeto. Sus oficinas en el centro de Madrid son el laboratorio de lo que pretenden que próximamente salga a decenas de oficinas, almacenes, gimnasios y hogares. La compañía, que también es artífice de un reloj que mide la huella ecológica y la actividad sexual y de un colchón que monitoriza el sueño, prevé sacar sus dispositivos a la venta a finales de este año. En la actualidad trabaja en varios pilotos y ya ha cerrado algunos acuerdos con compañías como Securitas, Nordic Semiconductor o Ilunion. Entre las empresas interesadas, según su fundador, hay desde multinacionales que quieren monitorizar el uso de sus oficinas hasta aseguradoras que quieren crear productos de seguridad y salud.
Dos dispositivos repletos de sensores
Un día laboral una impresora 3D trabaja sin descanso en una sala de las oficinas de Geeksme. Junto a ella, José Francisco Sánchez Barrio, ingeniero de diseño y fabricación de la compañía, da forma a un accesorio para los aparatos diseñados por la empresa. Para medir todas las variables mencionadas, se han desarrollado dos dispositivos. El quark, que se acopla a objetos cotidianos, está equipado con un sensor 9D compuesto por un acelerómetro, un giroscopio, una brújula y un sensor de temperatura. Puede medir la interacción con sillas, mesas, puertas, cajones, ventanas o incluso ropa. Es decir, cuánto tiempo alguien se sienta en una silla, si interacciona con los objetos o si una puerta está abierta o cerrada. Toda esa información es transmitida a otro aparato llamado Omega. Se trata de una base de comunicación capaz de interaccionar con todos los quarks dispuestos en un espacio de entre 20 y 40 metros. Además de transmitir información a la nube a través de Narrowband-IoT, mide variables medioambientales como la temperatura, la humedad, la presión atmosférica, la calidad del aire e incluso la cantidad de luz.
Sánchez es el encargado del diseño de estos dispositivos: “Lo primero es conceptualizar lo que me piden para que se pueda tocar”, explica. Una vez que se da el visto bueno a estos prototipos, la siguiente fase es volver a modelarlos para que puedan ser fabricados: “Lo que se toca no siempre se puede fabricar. Primero se hacen con una impresora 3D y en un molde se hacen de otra manera. Tengo que adaptar mis diseños para que un proveedor pueda fabricarlos con moldes de acero que son los que luego sacan las tiradas de centenares de unidades”. En la mesa en la que trabaja, hay un Omega abierto. En su interior, cuenta con una placa en la que se lee “diseñado por humanos para propósitos humanos”. El humano detrás del diseño de esta placa, que se podría considerar el cerebro del dispositivo, trabaja en una sala contigua. Es Alberto Ramos, responsable del área de hardware, y en esos momentos diseña en su ordenador la siguiente versión de Omega. Explica que la placa, además de un procesador, tiene diferentes componentes enfocados a la conectividad y sensores: “Es como un puzle. Hay que juntar las distintas piezas y conseguir que funcione”. El precio de estos dispositivos dependerá de factores como el volumen o el tamaño del proyecto, según sus creadores. Para el uso en oficinas, un Omega junto con 10 sensores valdrá cerca de 400 euros. Para los usuarios particulares, una base de comunicación y tres sensores, alrededor de 200 euros.